Tenemos la guía perfecta para que te planifiques tus maratones de
series en 2020. Empezamos con un ranking de las que más nos han gustado por
ahora y seguimos con las fechas de estreno de las apuestas más potentes de
Netflix, HBO, Movistar, Amazon Prime Video.
Abrimos nuestras mentes
seriéfilas a todo lo que nos está ofreciendo 2020 en estos cuatro primeros
meses. Un arranque de década que puede albergar la explosión definitiva de la
ficción española, con títulos como Patria, La línea
invisible, Dime quién soy, El Cid, además de la continuación
de ÉLITE y de la casa de papel. A nivel internacional se presenta un año
totalmente abierto, sin ningún título que a priori vaya a tener fácil el
liderar esta lista que va a estar viva hasta el último día de 2020.
Empezamos con un RANKING que se irá ampliando según vayan cayendo títulos, seguimos con el CALENDARIO DE ESTRENOS de las plataformas más vistas y ante la incertidumbre de estrenos ya clásica de TVE, Mediaset y Atresmedia. Y terminamos con un LIMBO de series que ya están disponibles pero que no han entrado en nuestro ranking de las mejores porque nos han dejado fríos o porque no nos ha dado la vida para verlas.
Netflix propone una adaptación con más vocación feminista de las
novelas de Elísabet Benavent, En
los zapatos de Valeria, sobre los problemas cotidianos de una
joven escritora y sus tres mejores amigas. La sombra alargada de Sexo en Nueva York cae
sobre una trama muy ligera y colorista que acierta al colocar la sexualidad
femenina en el centro de la discusión, pero hace aguas por esa banalidad
asfixiante propia de la era de Instagram y por unos diálogos tirando a
bochornosos. Atrevida en lo sexual pero tan cuqui que se atraganta.
Se agudiza la moda de las antologías de terror, muy apañadas para
las nuevas formas de consumo televisivo, y Netflix espera dar la sorpresa con
esta basada en las novelas gráficas de Joe Hill y Gabriel Rodríguez. Las llaves
del título sirven para encerrar o liberar fantasmas, conectar con otras
realidades… El problema es que el aquelarre no termina de funcionar ni por la
parte del terror (de hecho es bastante infantiloide), ni por la parte del drama
familiar (los traumas son muy obvios) ni por la parte de la fantasía gótica que
palpita en el cómic original. A medio camino de todo eso, y con La maldición de Hill House como
excesivo referente, esta primera temporada se queda como una serie más o menos
entretenida, bien rodada y totalmente prescindible.
Un sí pero no de libro. ¿O un no pero sí? En esa línea nos
debatimos tras ver los primeros capítulos de la gran apuesta de Amazon para
este inicio de año, con Al pacino como líder de una banda de
cazadores de nazis que escaparon de la justicia, y que en la serie están
tejiendo redes en la sombra para aupar un cuarto Reich en Estados Unidos. El
showrunner es nada menos que Jordan Peele, el cómico que ha revitalizado el
cine de terror gracias a títulos como Déjame
salir o Nosotros, y
su mano se nota sobre todo en la inesperada violencia extrema con toques
tarantinianos. Con todo, la serie flojea por varios costados, pero se salva
porque no se toma del todo en serio a sí misma, más cerca de un Código Da Vinci conspiranoico
que de una crítica real a las cloacas del sistema. Pacino se queda en poco más
que un reclamo, hasta el punto de que su personaje interesa más cuando se
cuenta su juventud en Auschwitz (con otro actor, que esto no es El irlandés). Pincha por las
inconsistencias y coge aire por las salvajadas.
Se nota mucho la mano de los creadores de Sherlock en esta versión
del clásico de Bram Stoker. Aplican el formato de tres episodios de hora y
media para tres historias semi independientes y algo irregulares: la primera
atrapa por su clasicismo barroco con sus flashazos de terror hasta gore y por
el magnetismo de los protagonistas –el nivel de los actores es BBC, los otros
productores–; la segunda tiende al naufragio…; y la tercera es más ambiciosa en
el sentido de que trata de darle un giro al mito del vampiro, pero el desenlace
es lo peor de toda la serie.
Si no existiera The
End of the Fing World, esta serie ocuparía un lugar más relevante
en la lista. Pero existe, y encima es del mismo creador, guionista y director.
Y ese hecho hace que toda la aparente originalidad narrativa millennial y
estética vintage de esta serie se perciba como una copia. La parte sobrenatural
apunta a Stranger Things,
el brote visceral conecta con Carrie… Son
demasiadas referencias para 7 capítulos de unos 20 minutos. Dicho esto, el
magnetismo de la protagonista, Sophie Lillis (si te suena es por It), da coherencia y entidad
a esta 'superdramedia' adolescente con todo a favor para triunfar a nivel de
visualizaciones.
La tercera es la última entrega de una serie que ha revolucionado
en género culebronero con buenas dosis autoparódicas y algunos personajes,
sobre todo el de Cecilia Suárez, que han logrado la categoría de iconos.
Incluso quien entró en su particular humor percibió desgaste en la segunda
temporada… La tercera, con esa trama paralela asentada en un flashback al
México de los setenta, mantiene esos puntazos que encantarán a los seguidores
más fieles, pero la sensación de que la trama se ha estirado sin necesidad es
inevitable.
La primera temporada fue una de las sorpresas positivas del año
pasado porque, pese a su evidente irregularidad, contenía hallazgos dramáticos
muy interesantes al estilo The
Affair. La segunda se lanza a una acción mucho más explícita,
con las dos mujeres que comparten marido muerto completamente desatadas (además
de juntas y revueltas) para conocer qué se esconde detrás de un asesinato que
destapó la realidad de sus vidas. Mantiene el encanto visual de esa Albufera
idealizada, pero por el camino del thriller pierde su esencia y se vuelve más
prescindible, sobre todo porque demasiadas escenas resultan inverosímiles.
¿Haz imaginado un año sin una serie basada en alguna novela de
Stephen King? La primera de este año parte de una de sus últimas novelas, sobre
un profesor y entrenador de béisbol acusado de asesinar y violar a un niño de
11 años: el lugar del crimen está lleno de sus huellas y ADN pero hay pruebas
irrefutables de que estaba en otro lugar en el momento del crimen. A su favor
está el guion del creador de The
Night Of que, me agacho que vienen collejas, mejora y corrige
fallos del material de King al dar más peso a los personajes. Todo a través de
un formato de aparente true crimen que se va tiñendo de la inevitable parte
sobrenatural con una sutileza y unos matices muy poco habituales en estos
territorios.
Freud no es un biopic al uso sobre la figura del padre del
psicoanálisis, sino que funciona casi más como un thriller con ecos victorianos
al estilo de El alienista o Penny Dreadful. Y eso es
bueno y el malo, lo positivo es que los 8 capítulos tienen un ritmo cuidado que
engancha con un pulso adulto y, por momentos, bastante atrevido; lo negativo es
que respira ese aire de coproducción europea, que siempre adolecen de alma y
concreción creativa. Mejor de lo que parecía pero tampoco para perder la
cabeza. Psicología, magia, locura y también brujas como los taltos.
El final de curso para la mayoría de los protagonistas de Élite es la fiesta que
nos merecemos. Una fiesta de perreo y chuches con sorpresa, no te vayas a poner
estupendo. Es verdad que la estructura de interrogatorios y flashbacks es
calcada a la primera temporada, que siguen dando vueltas en círculos al caso
del asesinato… Pero lo importante, lo que nos hace estar living durante los ocho
capítulos, son esos diálogos a veces muy brutos, el punto autoparódico
perfectamente medido, la conexión total entre actores y personajes… Y, por
encima de todo, esa fuerza desprejuiciada y a favor de la diversidad que inflama
toda la serie. Es verdad que de la primera a la segunda temporada hubo una gran
evolución y esta tercera ha dado un par de pasos atrás pero, para cuando te das
cuenta de eso, ya la has gozado.
Netflix vuelve a poner el tema religioso en sus plegarias, esta
vez en tono de thriller conspiranoico. Es como una versión del segundo
advenimiento del hijo de Dios desde el punto de vista mediático y de los
servicios de inteligencia de Estados Unidos: ¿cómo reaccionaría el mundo si
apareciera un personaje muy similar a Jesús en mitad de los conflictos de
Palestina? A esa pregunta responden los 10 capítulos, al principio con
despliegue de medios y grandilocuencia, después con mucho tino al introducir a
este nuevos Mesías en el mundo de las redes sociales y los telepredicadores y,
por último, con un adictivo juego de capas de identidad y grandes
conspiraciones. Lo que mejor funciona es que logra plantar la semilla de la
duda en el espectador durante casi toda la temporada. La narración a ratos es
torpe, con un valle a mitad de temporada en el que hay que hacer un acto de fe
para no abandonar, pero la recta final es trepidante. Sin entrar al comentar el
final por no romper la gracia, cabe decir que no es en absoluto una obra
maestra pero sí más inteligente de lo que parece de primeras.
Movistar+ se ha adelantado a HBO y su Patria para estrenar su
ambiciosa serie sobre el terrorismo etarra, además con premiere en
abierto. La línea
invisible es la segunda producción de Mariano Barroso para la
plataforma tras la excelente El
día de mañana, de lo mejor que se estrenó en 2018. Aquella se
ubicaba en la Barcelona de los sesenta y aquí viaja al Euskadi de la misma
década, al momento exacto en que algunos dirigentes de la todavía joven ETA
dieron el paso hacia la violencia y los asesinatos. Cruzan esa línea invisible
actores tan interesantes como Álex Monner, Anna Castillo, Patrick Criado o
Antonio de la Torre, que interpreta al inspector Melitón Manzanas. El resultado
es un thriller de calidad que plantea una equidistancia que resultará
difícilmente digerible para una parte de la audiencia, pero que arroja luz
sobre una parte de nuestra historia, previa a la pesadilla que duró tantos
años, no tan conocida como creemos.
David Simon, uno de los pilares de HBO desde The Wire, se
atreve con el novelón de Philip Roth, una ucronía que relata qué habría pasado
si el aviador antisemita Charles Lindbergh hubiera vencido a Roosevelt en las
elecciones de 1940: un Estados Unidos neutral en la Segunda Guerra Mundial en
el que los judíos lo tienen crudo. Es inevitable buscar paralelismos con la
administración Trump y también fantasear con las ganas de ver juntos a Winona
Ryder y John Turturro como protagonistas. Ha arrancado un poco densita pero
promete.
Vamos a ser sinceros. Aunque Run fuera una castaña, argumentaríamos que
es la mejor comedia romántica del año por una única razón: es la nueva creación
de Phoebe Waller-Bridge, la artífice de Killing
Eve y de esa biblia del siglo XXI que es es Fleabag. Pero es que ya
desde el primer capítulo apunta a revolución en su género. Que estaba muy
denostado en los últimos años porque, al menos en formato serie, cuesta mucho
mantener el interés sin caer en ñoñerías o en giros y regiros culebroneros. Hay
que esperar para darle su verdadera dimensión, pero por ahora nos hemos
enamorado de esta extraña pareja, unida por un flechazo de juventud, emprende
una huida con minitoques de thriller que estamos deseando saber a dónde nos
lleva.
¿Funciona Vis
a vis fuera de la cárcel? Como un tiro. Pero es otra serie.
Esas son las dos coordenadas necesarias para disfrutar de este broche final:
muchos echarán de menos la estructura original y también a algunos de los
personajes, pero los que sean capaces de entrar en el nuevo código, lo pueden
gozar a lo bruto. El Oasis es
un esmerado cóctel entre el cine de atracos a lo Ocean's 8, las road
movies clásicas como Thelma&Louise y Amor a quemarropa y la
violencia teñida de humor negro al estilo Tarantino. Quizá son demasiadas
referencias, pero encajan bien en una actriz tan propicia para el flipamiento
estético como Najwa Nimri, bien escoltada por Maggie Civantos, Itziar Castro y
las nuevas delincuentes.
Algo así como un cruce entre Euphoria y el cine de Spike Lee pero en
clave de buen rollo, si es que esa combinación entra en cabeza humana. Sin
grandes pretensiones, Betty aporta un soplo de aire fresco con conciencia e
identidad a modo de retrato generacional centrado en un grupo de skaters
mayoritariamente femenino y afroamericano que buscan su sitio en el Nueva York
actual. Funciona como un spin off en forma de serie de la aclamada
película Skate
Kitchen, de Crystal Moselle.
Alfombra roja para recibir a Cate Blanchett en el mundo de las
series, una de las pocas estrellas de Hollywood que aún no había dado el paso.
El proyecto que ha elegido es esta historia basada en hechos reales sobre las
diferentes caras del feminismo en los años 70. Interpreta a Phyllis Schlafly,
conocida como "la novia de la mayoría silenciosa", una mujer
conservadora que confrontaba sus ideas con las feministas más recordadas de la
segunda ola como Gloria Steinem, Betty Friedan, Shirley Chisholm, Bella Abzug y
Jill Ruckelshaus, las mujeres que dan nombre a cada capítulo. Además de que la
producción es espléndida, acierta al colocar el punto de vista en el lado de
los 'censores' para aportar una gran escala de grises a un debate que no debe
dejar a nadie fuera.
La segunda serie de Ryan Murphy para Netflix tiene lo mejor y lo peor del último rey Midas de la televisión: como pasa en ya demasiados de sus últimos proyectos, la idea es brillante pero la ejecución está pasada de rosca en efectismo y el raccord emocional de los personajes es totalmente inestable. Hollywood deslumbra cuando conjuga ese envoltorio de maravillosa comedia romántica clásica con un fondo valiente y perturbador: por un lado es un evidente canto a la libertad contra el conservadurismo con ecos clarísimos en la actualidad y por otro es un buen meneo a la industria del entretenimiento, ya que exige compromiso y recuerda que 'la fábrica de sueños' fue construida sobre los cimientos de la prostitución, la mafia, el abuso sexual, etc. Lástima que el guion se estire sin sentido enmarañando a unos personajes que pecan de planos (en el caso del de Darren Criss es evidente) o que cambian tanto y tan rápido que la empatía desaparece.
Aunque a nosotros la primera temporada nos pareció tan resultona
como poco creíble, esta serie que podría verse como el lado luminoso de Euphoria se ha
convertido en una de las 5 más vistas en Netflix España. De hecho, quizá lo
mejor que tiene es su capacidad para introducir debates e información vital
entre el público más joven a través de unas historias cachondas, provocadoras
–casi tanto como la campaña publicitaria – y, en el fondo, muy
concienciadas con problemas tan importantes para la juventud como el machismo,
los abusos, las adicciones, la crisis de la familia…
Las rayas blancas del título hacen referencia a la Ibiza más
excesiva, fiestera y, también, peligrosa. Alex Pina, elevado a los altares
mundiales por La casa de
papel, está detrás de este thriller sobre una chica que busca
la verdad sobre la desaparición de su hermano 20 años atrás en la isla. No está
solo, ya que la mitad de la producción corre a cargo del equipo de The Crown. Un
experimento bilingüe que vibra por la parte británica, con un humor cafre muy
apetecible y un fondo sobre el 'derecho humano' a fiestear salvajemente más
interesante de lo que parece, pero que cojea por la parte patria, con tendencia
al culebrón deluxe poco entonado… Hasta que explota desde un monologo maravillosamente
incestuoso de Conchita, el personaje de Belén López. Pese al
desequilibrio, resulta una droga de diseño suficientemente adictiva, con un
meollo interior que agita al espectador. Y además da entretenimiento por un
tubo. Por un tubito.
Segunda parte de la segunda parte de La casa de papel, tan
innecesaria como disfrutable. Después de confirmarse que ha sido la serie más
vista de Netflix España en 2019, se habían disparado las ganas de ver el
desenlace del atraco al Banco de España. Sin entrar en spoilers criminales,
podemos decir que esta temporada es buenísima en lo que es buena (a nivel de
acción, adrenalina y potencia visual es una auténtica bomba) y es malísima en
lo que es mala (agujeros de guion, tramas sentimentales…). Engancha como
ninguna otra de la lista por ese ritmo frenético extremadamente bien ejecutado,
así que a nivel de entretenimiento es un 10 rotundo.
Desde el arranque de la tercera temporada, la distopía más rayante
de HBO ha aprovechado el mundo de posibilidades que se le abrió cuando al final
de la segunda sacó la acción del parque Westworld para llevarla al mundo
'real'. Es una decisión arriesgada porque pierde esos fuegos artificiales
futuristas que atraían a una parte del público, pero logra que la historia
avance y que se profundice en ese debate filosófico sobre el creador y la
máquina, sobre la identidad de cada uno, que es el verdadero meollo. Los nuevos
personajes, en especial el de Aaron Paul, se han presentado de una manera muy
atractiva, al igual que los ya conocidos, con esa gran metáfora que es que
Bernard esté trabajando en un matadero, con el deducible 'duelo interior' entre
Charlotte y Dolores, cuya determinación es fuego televisivo. En función de los
caminos que recorra su argumento con esencia Blade Runner (¿Qué siente un robot cuando
descubre que sus creadores son capaces de usarlos para 'robar' las mentes de
sus iguales?), le daremos un lugar definitivo en esta lista.
Para muchos es la verdadera revelación del año, la miniserie de
calidad que necesitaba Netflix para cubrir el cupo 2020 de las ficciones de
verdadero interés y no solo el entretenimiento puro. Aunque el tema de la vida
en las comunidades de judíos ortodoxos se ha abordado mil veces en películas y
documentales, Unorthodox sobresale
por la viveza, la angustia y los valores humanos que transmite la protagonista.
Funciona como un tiro en los capítulos que transcurren en Williamsburg, pero la
trama roza el telefilme de fin de semana cuando la acción se traslada a Berlín.
En definitiva, una serie decente para los amantes de la buena televisión y
perfecta para que los seres de Instagram presuman de su gusto intelectual.
Con la primera serie de Alex Garland (Ex Machina, Aniquilación) pasa
como con su películas: hay a quien le parecerá una rayada tostón, pero si
entras en su ambiciosa propuesta de ciencia ficción con base cuántica y el
dilema del determinismo humano de fondo, te atrapa hasta lo más profundo. Lo
mejor de Devs, además
de que a nivel visual es otro nivel, radica en la capacidad de articular esa
propuesta grandilocuente y pretendidamente compleja a través de las emociones
de los personajes, por lo que no resulta fría en absoluto.
Cuando una serie de culto se despide, casi que solo cabe hacer una
pregunta: ¿el final ha estado a la altura de todo lo que nos ha ofrecido
durante estos años? Estoy convencido de que la mayoría de los que se han
identificado con BoJack y con su manera de lidiar la depresión, han respirado
tranquilos tras ver esa última escena sobre el tejado. No es un cierre de
fuegos artificiales porque no venía a cuento, pero sí un flashazo más entre el
nihilismo y la esperanza, una despedida íntima que solo concierne a cada espectador,
porque esa ha sido la potencia de esta serie: crear un vínculo directo entre
las vivencias de los protagonistas y tú. ¿Cómo se explica que te hayas
identificado con un caballo que es un famoso de Hollywood venido a menos?
Amigo, esa es la magia de la mejor ficción.
El 24 de marzo fue la fecha oficial del desembarco de Disney+ en
España, por lo que todo su catálogo se abre al público después de unos extraños
meses con ecos piratas. The
Mandalorian, el spin off de Star Wars en forma de serie, es el plato
principal. Y es excelente. Sin perder nada de su identidad intergaláctica, está
planteada como un western que utiliza los resortes clásicos de ese género y con
una calidad asombrosa tanto en la producción como en los guiones. Y con un
pequeño personaje, Baby Yoda, que se ha comido el mundo antes de que Disney le
diera tiempo a explotarlo.
Una de las grandes sorpresas del año. El director Dani de la Torre
y el guionista Alberto Marini tuvieron acceso a información privilegiada de la
unidad antiterrorista que da nombre a la serie, y con ese material han armado
un thriller de enorme empaque, con un ritmo milimétrico y una puesta en escena
digna de un presupuesto de Hollywood, con algunas escenas de impacto que se
quedan grabadas en la retina del espectador. Además han esquivado el efecto
'estrellas de Instagram' y los protagonistas están en manos de actores de Goya
(Nathalie Poza, Marian Álvarez, Luis Zahera…) que dotan de humanidad y verdad a
un puñado de héroes anónimos. En conclusión, un bombazo en forma de seis
capítulos frenéticos que funcionan como entretenimiento de gran calidad y
también como recordatorio de la fragilidad de esa sensación de seguridad en lo
que a terrorismo internacional se refiere.
Como ya ocurrió con la fascinante y controvertida rallada
artística que es The Young
Pope, esta serie juega en otro terreno. Ver la segunda parte de la
obra de Sorrentino es una experiencia distinta a la que proporciona cualquier
otra serie. Es verdad que hay más trama que en la anterior entrega, lo que
favorece el ritmo de los capítulos, pero lo realmente gozoso es ir degustando
los constantes hallazgos creativos a nivel de un guión que no puede ser más
atrevido, de metáforas visuales, de composición de los planos… Además, el papa
al que da vida John Malkovich no es tan atractivo como el de Jude Law pero sí
tiene un poso más realista, lo que nos regala momentos de enorme calado,
provocadores en la forma y también en lo intelectual. Y ni siquiera hemos
tenido que renunciar del todo a nuestro adorado Lenny Belardo, o Pío XIII, pero
ahí entramos en campo de spoilers… Solo diremos que los capítulos finales hacen
un triple salto mortal de lo mundano a lo teológico y se dan un hostión
glorioso.
Por ahora solo podemos comentar un único capítulo porque Javier
Calvo y Javier Ambrossi no tuvieron tiempo de finiquitar el rodaje antes de la
crisis sanitaria… Pero solo con este aperitivo ya nos han desarmado. Veneno aplica toda la
frescura y el compromiso con la diversidad que son la seña de identidad de
estos creadores y suma una factura técnica espléndida y un guion realmente bien
armado. En lugar de contar directamente la vida de la diva trans, elige
repartir el punto de vista entre una persona a la que le cambió la vida (y que
escribió las memorias en que se basa la serie) y las periodistas que la
lanzaron al estrellato. Y gracias a ese esqueleto y a un juego de capas
temporales bien hilado, va matizando un mensaje potentísimo de reivindicación
de la libertad íntima y social y también del papel de los medios de
comunicación en la creación de referentes, todo con ese puntazo kitsch entre
noventero y dosmilero. Todas las actrices y actores rezuman entrega,
credibilidad y respeto en una trama que quizá a veces fuerza la emotividad pero
que, si se ve a corazón abierto, cala muy hondo.
Quien venera esta serie desde el inicio, solo tiene que saber todo
lo genial sigue al mismo nivel, con una ida de olla fabulosa en forma de
distopía para arrancar temporada. Y que el órdago a la grande que esta serie le
echa a la política en particular y a la sociedad actual en general sigue en
pie. The Good Fight no
es solo la mejor serie en formato 'tradicional' de la década, ni siquiera la
mejor serie de abogados de este siglo, ni siquiera tampoco una de las mejores
series de personajes que recuerdo. Es la que más y mejor se ha atrevido a
meterse en el barro de la actualidad para captar la esencia verdadera de esta
época trastornada que nos ha tocado vivir. Historia de la televisión.
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